jueves, 1 de junio de 2023

LENGUA Vs. RELACIONES

 

SANTIAGO 3:5-10 Y lo mismo pasa con nuestra lengua. Es una de las partes más pequeñas de nuestro cuerpo, pero es capaz de hacer grandes cosas. ¡Es una llama pequeña que puede incendiar todo un bosque! Las palabras que decimos con nuestra lengua son como el fuego. Nuestra lengua tiene mucho poder para hacer el mal. Puede echar a perder toda nuestra vida, y hacer que nos quememos en el infierno. Podemos dominar toda clase de animales salvajes, de aves, serpientes y animales del mar, pero no hemos podido controlar nuestra lengua para no decir palabras que dañen. La lengua parece un animal salvaje que nadie puede dominar, y que está lleno de veneno mortal. Con nuestra lengua podemos bendecir o maldecir. Con ella alabamos a nuestro Dios y Padre, y también insultamos a nuestros semejantes, que Dios hizo parecidos a Él mismo. Hermanos, ¡esto no debe ser así! (TLA)

 

De la importancia de saber cómo utilizamos la lengua para afirmar nuestras relaciones con amistades, familiares, compañeros de trabajo o estudio, etc.; pero también para reconocer que puede ser una arma letal para destruir las mismas.

 

Una de las armas mortíferas del ser humano es la lengua descontrolada y murmurando. Es probable que ella haya causado más daño que cualquier arma de fuego. Las palabras que salen de nuestra boca pueden edificar o destruir, bendecir o maldecir, animar o desanimar; alguien dijo con razón que Dios nos dio dos oídos para oír y una boca para hablar. Debemos reconocer que muchas veces hablamos de más o emitimos juicios que no deberíamos.

 

¡¡¡Poner freno a nuestra boca es un hábito que se puede aprender,

especialmente si se tiene la tendencia a hablar o murmurar más de la cuenta!!!

Las peleas, los conflictos y las discusiones siempre se hacen con la lengua,

por lo que debemos pedirle al Señor que guarde nuestra boca

para que de ella solo salgan palabras de bendición

 

A veces se originan situaciones "calientes", donde las palabras se transforman en gritería y el calibre de ellas son destructoras, o también podemos hablar con murmullos, pues lo que decimos no es verdad o se está denigrando de alguien. Debemos aprender a domar nuestra lengua antes que lleguen las discusiones. En medio del "calor" de una discusión es bien difícil callarse. Más vale hacer silencio y dejar que la otra persona revele lo que tenga en su corazón, por lo que dice, que ponerse a la altura de ella diciendo cosas que no convienen. En su trabajo, familia o escuela, quizás éste sea un momento para poner guarda en su boca y no decir ni una palabra. Muchas veces el silencio es salud y la murmuración enfermedad.

Bien dice el salmista:

Si quieren gozar de la vida y vivir una vida feliz, dejen de hablar mal de otros y de andar diciendo mentiras; aléjense del mal y hagan lo bueno, y procuren vivir siempre en paz. (Salmo 34:12-14)

 

Cada día al levantarse entréguele al Señor su lengua para que de ella no salga ninguna palabra destructora y cese la murmuración, y en cambio hable bendición.

 

CONFESIÓN DE FE:

MI LENGUA ESTÁ GUARDADA POR EL SEÑOR, HABLARÉ SOLO LO QUE SEA PARA EDIFICACIÓN Y BENDICIÓN, DECIDO ECHAR FUERA DE MI LA MURMURACIÓN, Y TODO CON LA INTENCIÓN DE EDIFICAR RELACIONES QUE TAMBIÉN SEAN DE BENDICIÓN PARA MI VIDA.

 

ORACIÓN:

Padre Celestial, Elohim Chasdi, Dios de mi Amabilidad (Salmo 51:18). Mi amado Dios y Señor, Jesucristo, sé que Tú eres un Dios amable y que trabajas con nuestros corazones para que también seamos amables, pero también trabajas con nuestra lengua con el mismo propósito, por eso hoy te pido que me ayúdes a callar cuando sea necesario y hablar en el momento adecuado, a utilizar con prudencia mi lengua para afirmar mis relaciones en lugar de destruirlas. Hazme un canal de bendición con mis palabras, para que mi boca y mi lengua sean una fuente de vida y no de muerte, que de ella brote tu Palabra, la que has implantado en mi corazón, la que ha renovado mi mente, mi espíritu y mi manera de comunicarme. Gracias Dios mío por tu preciosa Palabra; he orado en el Poderoso Nombre de Jesús ¡Amén!


Pr. Juan Manuel Lamus Ogliastri