jueves, 4 de abril de 2019

RESCATA

 

HEBREOS 10:11-14 Bajo el antiguo pacto, el sacerdote oficia de pie delante del altar día tras día, ofreciendo los mismos sacrificios una y otra vez, los cuales nunca pueden quitar los pecados; pero nuestro Sumo Sacerdote se ofreció a sí mismo a Dios como un solo sacrificio por los pecados, válido para siempre. Luego se sentó en el lugar de honor, a la derecha de Dios. Allí espera hasta que sus enemigos sean humillados y puestos por debajo de sus pies. Pues mediante esa única ofrenda, Él perfeccionó para siempre a los que está haciendo santos. (NTV)

 

De cómo podemos hoy en día con libertad acceder, por medio del sacrificio de Jesús, al Dios que rescata y nos hace santos. (Leer Hebreos 10:1-18)

 

En el antiguo Israel, los sacerdotes ofrecían sacrificios para expiar los pecados del pueblo. Específicamente, el sumo sacerdote entraba una vez al año al Lugar santísimo del Templo para ofrecer un sacrificio que absolvía a toda la nación de los pecados cometidos durante el año transcurrido. Esta habitación, conocida como el Lugar Santísimo, era donde el Espíritu de Dios moraba en aquellos días.

 

La muerte de Jesús en la cruz y su resurrección cambiaron el sistema. Él se convirtió en el Sumo Sacerdote y el sacrificio fue su propia vida, una ofrenda lo suficientemente poderosa como para pagar la deuda de la humanidad entera. Por medio de Cristo, Dios hace santa a cualquier persona que pone su fe en Él como Salvador. Jesucristo no tiene que morir cada año. Y a diferencia de los sumos sacerdotes que podían entrar a la Presencia de Dios solo una vez al año, Jesús se sentó a la diestra del Padre, para permanecer en su Santa Presencia para siempre. Allí, Él sigue haciendo su trabajo de Sumo Sacerdote, intercediendo a favor de los creyentes cuando satanás los acusa. Dios reconoció que, por nuestra humanidad, seguiríamos siendo débiles, aun después de haber nacido de nuevo (Juan 3:3; 2 Corintios 12:9). Por tanto, su plan de rescate va más allá de perdonar nuestros pecados, también envía su Espíritu Santo a morar en cada creyente.

 

Jesucristo ofreció un sacrificio perfecto para cubrir todos nuestros pecados y ahora sigue intercediendo por nosotros. Al mismo tiempo, el Espíritu Santo que mora en nosotros nos moldea para convertirnos en criaturas santas, y nos ayuda a resistir la tentación.

 

CONFESIÓN DE FE:

NO SOY SALVO Y SANTO ELIMINANDO VIEJOS HÁBITOS Y COMENZANDO OTROS SUPUESTAMENTE MEJORES, LOS RELIGIOSOS; SOY TRANSFORMADO Y SANTIFICADO POR EL PODER SALVADOR DE JESUCRISTO CUANDO CREO EN ÉL Y EN SU OBRA REDENTORA Y TRANSFORMADORA EN MI VIDA.

 

ORACIÓN:

Padre Santo, Elohim Yishi, el Dios de mi Salvación (salmo 25:5). Mi amado Señor y Salvador Jesucristo, se que Tú, el Hijo del Hombre, has venido a buscar y salvar lo que se había perdido (Lucas 19:10), y por eso yo hoy puedo decir que Tú me has encontrado y me has salvado. Pues yo creo firmemente que la salvación solo está en Ti, no en un sistema de creencias o de buenas obras, y en la naturaleza y voluntad de Dios Padre, que es salvar lo que se había perdido. Por todo esto hoy puedo decir que Tú, El Todopoderoso, eres el Dios de mi salvación, y que no hay nada que yo pueda hacer, sino aceptar tu obra redentora y de santificación en mi vida. Gracias mi amado Jesucristo porque eres la fuente única de salvación y transformación; he orado en tu Poderoso Nombre ¡Amén!


Juan Manuel Lamus O.